Texto y fotos: Mariano García
@solesdigital
Una cantante lírica descollando con su potente voz sobre riffs metaleros de bajo y guitarra de fondo y arreglos de swing jazz en la sección de vientos al frente. Si existe un Infierno, sin dudas esta debería ser la música de bienvenida.
El debut en Buenos Aires de los suecos Diablo Swing Orchestra en mayo pasado pasó casi desapercibido para todo aquel que no forme parte del cerrado círculo de cultores del heavy nórdico. Una verdadera pena, ya que su propuesta excede con creces los clichés y lugares comunes del submundo de las tribus metaleras
Las asociaciones automáticas que pueden hacerse en una primera escucha no alcanzan para poder explicar con precisión la propuesta de este gran conjunto. Es como llevar de viaje a Brian Setzer por el frío invierno nórdico y ponerlo a zapar con Tarja Turunen.
La compleja y sólida arquitectura musical de estos endemoniados suecos se apoya en tres pilares. La diva y principal eje del show es la virtuosa soprano Annlouice Loegdlund, capaz de llevar su formación lírica a una variada paleta de géneros populares sin perder la potencia ni la expresividad en su voz. A su derecha, el alma instrumental de la banda: Johannes Bergion en el cello, a través del cual pasan todo tipo de fraseos, riffs, escalas y variaciones. Y la base swing la aporta Andy Johansson desde el bajo, secundado por el aporte de guitarras metaleras de Daniel Håkansson y Pontus Mantefors. El toque inverosímil, sorpresivo y distintivo llega de parte de Daniel Hedin (trombón) y Martin Isaksson (trompeta), un dúo de vientos que le da el feeling de swing jazz y hasta festividad mariachi que nadie esperaría dentro del género.

Pero la mera descripción de elementos combinados no es suficiente para transmitir lo que se siente al verlos en vivo. Es la gran cantidad de intangibles detalles lo que hacen de la Diablo Swing Orchestra una banda sobresaliente. Y para los que no son parte de ninguna secta musical, es reconfortante apreciar una banda por su música y no por su vestimenta o maquillaje. Sin disfraces góticos ni apariencias vampirescas, evitando el fetichismo por el color negro, saliendo a escena con camisa hawaiana o bermudas (como Bergion), o luciendo un jopo de rockabilly (como Johansson), o una melena y bigote zeppelinescos que se esconden detrás de la batería de Johan Norbäck.
Lo cual no evita el desfile de disfraces en el público escandinavofílico, jóvenes de identidades nórdicas apócrifas que son arrancados de su ritual lúgubre reglamentario para ponerse a bailar tap en el medio del pogo.
La excelencia de la propuesta musical se impone por sobre la estética del circuito. Que canten en inglés hace que todo sea más accesible, aunque cuando la voz de la potente Annlouice alcanza su clímax poco importan los idiomas. La DSO trae consigo una buena cantidad de grandes temas en sus tres discos y un EP debut, y logran los mejores pasajes de su show con “A Rancid Romance”, “A Tap Dancer's Dilemma”, y la excepcional “Vodka Inferno”, entre otras.

Pocos fueron los testigos de este debut de los suecos, en el suburbano Salón Reducci del barrio porteño de Constitución. Si hay una próxima, mucho más público merecerá conocerlos.
15/6/2012
www.fronteramusical.com.ar
|