Hubo
una época en que Tercer Mundo no era sinónimo de pobreza, sino
promesa de independencia y revolución. Tiempos en que la música
africana no había sido domesticada por el etno pop del sello Putumayo,
ni era una excusa para que almas bienintencionadas lavaran sus culpas con
festivales de caridad a lo Amnesty o Live Earth. Corrían los turbulentos
años ’60 y ’70, y en el continente africano nació
un sonido único que tuvo un padrino indiscutible, el nigeriano Fela
Anikulapo Kuti; y un ritmo original: el afrobeat.
Fela Kuti desarrolló
esta bomba sonora tomando como base los ritmos yorubas del África occidental,
y les sumó el groove del funk de James Brown sobre estructuras armónicas
y compositivas que lo emparentan al Miles Davis contemporáneo (el de Bitches Brew, Miles On The Corner). Pero más allá
de los ingredientes que uno pueda diferenciar, el gran legado del Kuti es
una música nunca complaciente, compleja, que al mismo tiempo hace mover
cabezas como requiere de la atención y comprensión de quien
la escucha.
De
haber nacido en Nueva York, y no en Abeokuta, la figura de este titán
de la música hoy excedería por lejos el circuito de eruditos
y especialistas en “música étnica”. Multi instrumentista
(interpretaba vientos, teclados, guitarras y percusiones, entre los más
de diez instrumentos que podría ejecutar en escena) y cantante, su
carrera se mantuvo siempre por fuera de convencionalismos comerciales, al
tiempo que le ponía su voz militante a la causa Panafricanista.
Heredero de ideales feministas
por parte de madre, y de formación musical por línea paterna,
Kuti es una figura central para conocer los movimientos político-culturales
del Tercer Mundo en tiempos de la Guerra Fría.
Pero Fela no solo le cantaba
al activismo. Fundó su propio partido político (llamado “Movimiento
del Pueblo”), se postuló dos veces para presidente (en 1979 y
1983, pero fue proscripto) se opuso a las sangrientas dictaduras nigerianas
y por ello tuvo que declara ante la justicia más de 300 veces, con
cuatro encarcelaciones en su haber. Su sello discográfico cooperativo
fue atacado en 1977 por más de mil soldados, causándole a Fela
graves heridas, y la muerte de su abuela, arrojada por la ventana.
Suficientes motivos para
que el afrobeat haya sido por antonomasia la música politizada
de aquellos tiempos, por aquellas tierras. Quien se acerque por primera vez
a la extensísima obra de Kuti, se verá inmerso en hipnóticos
grooves, variaciones rítmicas que se repiten siempre con sutiles variaciones,
temas que promedian los quince minutos, y donde las letras aparecen casi siempre
promediando la composición, en la tradicional forma de pregunta-respuesta,
con Kuti liderando y el coro femenino respondiendo.
Grabó más
de 77 discos, y nunca repetía un tema. A pesar de haberse formado en
Londres, y haber llegado al reconocimiento en Estados Unidos, nunca abandonó
su país. Murió el 2 de agosto de 1997, en Lagos, por una deficiencia
cardiaca causada por el virus HIV . Su música marcó el estilo
de toda una generación en su continente, y el funk africano lo tiene
como principal figura de todos los tiempos. La difícil tarea de continuar
una herencia musical tan compleja ha sido sumida por su hijo Femi Kuti, así
como por la Antibalas Afrobeat Orchestra, de Nueva York.
Su legado permanecerá
siempre actual y vigente, cada vez que haya una causa por defender, una injusticia
que denunciar. Y para recordar que la música africana es algo mucho
más complejo y profundo que los ejemplares decorativos que se encuentran
en las secciones de “World Music” de las disquerías.